Construir País desde la Razón
En tiempos donde la voz parece tener más valor que el pensamiento, donde el ruido de las calles ahoga el eco de la reflexión y donde las redes sociales han reemplazado los foros del debate serio, Colombia enfrenta una paradoja dolorosa, tenemos una juventud llena de energía, pero con una formación cívica cada vez más difusa. Esa mezcla de pasión sin dirección es el punto de partida de muchas de las crisis actuales. No se trata de condenar el ímpetu juvenil, sino de invitar a redescubrir la razón como instrumento de cambio, porque construir país exige conocimiento, empatía y memoria histórica. Construir País desde la Razón
La rebeldía sin brújula – La historia enseña que toda transformación social legítima surge de la conciencia, no del caos. En Colombia, las nuevas generaciones han crecido bajo el peso de un desencanto generalizado con las instituciones, la política y la economía. Es comprensible. Las promesas incumplidas, la corrupción y la desigualdad han dejado heridas profundas. Sin embargo, cuando la inconformidad se transforma en ira ciega, se corre el riesgo de convertir la protesta en destrucción y la crítica en intolerancia.
Lo preocupante no es la rebeldía en sí, sino su vaciamiento. Se protesta sin conocer, se opina sin estudiar y se repite sin verificar. Muchos jóvenes, impulsados por consignas emocionales o discursos de redes sociales, terminan defendiendo causas que no comprenden en su totalidad, o atacando instituciones que garantizan los mismos derechos que exigen. Esa paradoja, la de pelear por la libertad sin entender su fundamento, refleja una herida más profunda, esto es, la desconexión con nuestra historia y con la esencia del orden constitucional.
La ignorancia que se volvió costumbre – Decía el filósofo Francis Bacon que “el conocimiento es poder”, pero también es responsabilidad. En nuestra sociedad, sin embargo, la información abunda y el conocimiento escasea. Vivimos en una era donde todos tienen voz, pero pocos tienen criterio. Se repiten frases, se comparten titulares, se multiplican las opiniones, pero se pierden la lectura y la comprensión. Esta ignorancia disfrazada de modernidad no solo empobrece el debate público, sino que erosiona la convivencia democrática.
La ignorancia es atrevida, sí, pero su atrevimiento se vuelve peligroso cuando se mezcla con la arrogancia de creer que todo se sabe. Ese fenómeno se refleja en los debates sobre justicia, educación o economía, donde muchas veces prima la descalificación sobre el argumento. Y es ahí donde la sociedad se fractura, cuando deja de escucharse a sí misma y renuncia a la verdad en favor de la comodidad ideológica.
Una crisis que trasciende lo político – Colombia atraviesa una crisis que no se limita al ámbito político. Es una crisis social, económica, cultural y, sobre todo, moral. La polarización ha debilitado la confianza ciudadana, la economía lucha por sostenerse frente al desempleo y la inflación, y la diplomacia nacional parece tambalear por la pérdida de coherencia institucional. Pero más allá de las coyunturas, hay un problema más profundo: el desprecio por la institucionalidad.
La Constitución de 1991 no es perfecta, pero representa el esfuerzo colectivo de un país que quiso dejar atrás la violencia para abrazar la convivencia democrática. Cada artículo fue fruto del consenso, del diálogo y de la reflexión. Sin embargo, hoy asistimos a un escenario donde la ley es vista como obstáculo, la justicia como enemiga y la división de poderes como capricho. Ese es un síntoma grave, pues cuando el respeto por las reglas se debilita, el Estado se desmorona desde adentro.
No se trata de defender ciegamente a las instituciones, sino de reconocer su función civilizadora. Sin Estado de Derecho no hay democracia, y sin democracia no hay libertad. Las naciones no se sostienen sobre gritos, sino sobre principios; no sobre ideologías, sino sobre valores comunes.
Educar para la libertad – Si algo puede sanar este panorama es la educación. No cualquier educación, sino aquella que enseña a pensar y no solo a repetir. Una educación que forme ciudadanos críticos, pero respetuosos; inconformes, pero informados. En las aulas debería renacer el estudio de la historia nacional, la comprensión de la Constitución y el análisis ético de los deberes ciudadanos. No se trata de adoctrinar, sino de liberar al individuo a través del conocimiento.
La universidad, como alma mater, debe recuperar su papel de faro intelectual y no de trinchera ideológica. El debate académico debe volver a ser un espacio de encuentro de ideas, no de confrontaciones violentas. La juventud necesita saber que cuestionar no es destruir, que oponerse no implica odiar y que construir país requiere paciencia, lectura y razón. La educación cívica y la cultura del respeto pueden ser los cimientos de una nueva etapa nacional, una donde el desacuerdo sea sinónimo de pluralidad y no de enemistad.
La razón como acto de valentía – En una época donde la emoción domina el discurso público, pensar con serenidad se ha vuelto un acto de valentía. Rechazar la manipulación, contrastar la información y reconocer el valor del diálogo son gestos revolucionarios en una sociedad saturada de ruido. No hay país posible sin ciudadanos capaces de razonar más allá de la consigna.
Construir país desde la razón implica escuchar más y gritar menos. Significa aceptar que nadie tiene la verdad absoluta y que el progreso no se impone por decreto, sino que se construye con trabajo, empatía y conocimiento. La razón no divide; orienta. Es la herramienta que permite transformar la frustración en propuesta, la que convierte la indignación en acción útil y la rabia en reforma consciente.
Un llamado a la responsabilidad ciudadana – El futuro de Colombia no se define en los discursos, sino en las decisiones cotidianas. Cada ciudadano tiene un papel en la reconstrucción del tejido social. Respetar la ley, cuidar los espacios públicos, informarse antes de opinar, votar con conciencia y participar con respeto son gestos sencillos que, sumados, pueden cambiar el destino de una nación.
La democracia no es un regalo – es una tarea diaria. Y su mayor enemigo no es la pobreza ni la corrupción, sino la indiferencia y la ignorancia. Por eso, antes de exigir cambios, debemos preguntarnos si conocemos las bases del país que queremos transformar. El conocimiento es la brújula que orienta la rebeldía hacia la justicia, no hacia el caos.
Reflexión
Colombia necesita menos ruido y más pensamiento. Necesita jóvenes que lean antes de marchar, ciudadanos que dialoguen antes de condenar y líderes que gobiernen con humildad y conocimiento. No se trata de silenciar las voces críticas, sino de dotarlas de contenido. La verdadera revolución no está en las calles, sino en las ideas que las inspiran.
Construir país desde la razón es reconocer que el conocimiento es la forma más alta de amor por la patria. Que pensar, estudiar y comprender son actos de servicio. Que la libertad sin sabiduría se convierte en anarquía, y que el progreso sin valores se disuelve en el egoísmo.
Colombia no necesita héroes ni caudillos: necesita ciudadanos conscientes. Porque el día que aprendamos a pensar antes de gritar, ese día, por fin, empezaremos a construir un país verdaderamente libre y digno.
Con mi acostumbrado respeto a los lectores.
Construir País desde la Razón

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